La mala costumbre de juzgar…

Una de las cosas más importantes que la vida y los años me ha enseñado es la importancia de no juzgar a nadie por nada. Por mucho que nos empeñemos, nunca llegaremos a saber lo que se esconde detrás de cada persona, la historia que lleva a sus espaldas, sus secretos más guardados, o por qué actúa de una u otra manera. De hecho, yo misma, en ocasiones, me he visto inmersa en situaciones en las que años atrás habría visto como imposible de formar parte, incluso he criticado por hacer lo que hice tiempo después. Tal vez estos aprendizajes son los que me han servido para tener claro no sólo que hay una historia detrás de cada persona y una razón por la cual actúa de una forma determinada, sino que el camino de la vida es demasiado largo, y da demasiadas vueltas, como para decir con pleno convencimiento “de esta agua no beberé”. Desde luego yo, me equivoqué.

Por mucho que pensemos que en determinadas situaciones actuaríamos de “tal” o “cual” manera, hasta que no tengamos que enfrentarnos brutalmente a hechos similares, no sabremos la realidad de nuestros actos. Intentemos ponernos en el lugar de los demás antes de juzgarlos. Tratemos de comprender que, aunque no aceptemos ni compartamos su forma de proceder, casi siempre están actuando como consideran mejor, como saben, o como pueden. En muchas ocasiones ellos mismos son conscientes que no actúan de la manera más acertada, pero no saben salir de la situación, ni cuentan con herramientas necesarias para ello. Están bloqueados, paralizados, sufriendo solos, en silencio, y, por si fuera poco, se sienten juzgados por sus familiares y amigos, aquellos que esperaban podrían ayudarles.

Vivimos en un mundo donde inconsciente y diariamente emitimos juicios. Juzgamos a los miembros de nuestra familia, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo, a nuestros jefes… Lo hacemos de una forma automática basándonos en nuestras creencias, experiencias y forma de entender la vida. No nos permitimos el ponernos en el lugar de los demás. Nuestra forma de ver las cosas es la única que aceptamos como válida y nos cuesta ver más allá y comprender otras perspectivas diferentes, otras posibilidades de acción. Y lo peor de todo, no nos damos la opción de preguntarnos, o preguntar directamente. ¿Por qué actúas así?, ¿qué te aporta tu comportamiento?, ¿qué beneficios sacas de todo esto?, o incluso, ¿puedo ayudarte de algún modo? No nos preocupamos por entender a los demás, por ponernos en su lugar y comprender su mundo desde sus emociones y puntos de vista. Si fuésemos más empáticos, no sólo nos evitaría muchas confrontaciones y serviríamos de apoyo a muchos de nuestros seres queridos, sino que ampliaríamos nuestras posibilidades de acción y, sin duda, nos llevaría a vivir en un mundo más feliz y con mayor bienestar emocional.

Imaginemos por un instante un lugar en el que todos respetásemos la opinión y punto de vista de los otros. En el que cada persona viviese su vida a su manera, escuchando sus necesidades, y luchando cada día por encontrar su verdadera felicidad. Un mundo en el que, en lugar de sentirnos juzgados, sintiésemos de cerca el apoyo y comprensión de “nuestra gente”. En el que juzgásemos menos y nos centrásemos más en el respeto y la igualdad de todos.

Yo aprendí la lección y lucho cada día, no por aceptar cualquier comportamiento, pero sí por tolerarlo y entender los diferentes puntos de vista. Por supuesto, esto no se aplica a ningún tipo de maltrato, en cuyo caso, tolerancia cero.

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